“Después de una hora y media de caminata llegamos a Vena –apunta en su diario de viaje Alejandro Dumas padre–, nuestro guía no nos había engañado porque en las primeras palabras que dirigimos a un habitante del pueblo fue fácil comprender que la lengua que hablábamos le era tan perfectamente desconocida como aquella en la que nos respondía”. Es otoño de 1835, atrás ha dejado Nápoles, ciudad a la que también dedicará varias páginas en Le Corricolo, y su viaje prosigue hacia un territorio que le es tan desconocido como el dialecto que hablan los habitantes de esta pequeña localidad, Vena.
Sin embargo, este territorio, Calabria, marcará decisivamente a Dumas, quien, apenas tres años después de su viaje escribirá Adán, el pintor calabrés, una nouvelle en la que regresa a esta región del sur de Italia, de la que en 1835 se despedía con cierta tristeza: “Llegó el momento de dejar Calabria cuando nosotros empezábamos a sentirnos unidos, a pesar de todo lo que habíamos sufrido, a estos hombres tan curiosos que bien merecen ser estudiados en su rudeza primitiva y a esta tierra tan pintoresca”.
Dumas no el único viajero que quedó prendado por esta tierra, que el poeta Giovanni Pascoli definió como “lugar sagrado” en el que “las ondas griegas llegan para buscar a las latinas”: el minerólogo alemán Gerhard Von Rath visitó Calabria algunos años más tarde, en 1871, una década después de la unidad de Italia, y de ese viaje dejó constancia en Un’escursione in Calabria, donde, por su formación, presta particular atención al territorio; un siglo antes, fue el viajero inglés Richard Keppel Craven quien visitó esta región, como también lo haría su compatriota George Gissing o el suizo Charles Didier.
Regiones “desconocidas”
[–>
Sin embargo, Calabria no es la única de las “desconocidas” regiones del sur que despertó el interés de unos pocos viajeros extranjeros: el filósofo George Barkely fue hasta Apulia, visitando las ciudades de Lecce y Taranto, a las que definiría como “las más bellas ciudades del mundo”; el diplomático Johann Hermann Von Riedesel, amigo íntimo de Winckelmann, visitó también Apulia, parando en Bari y en Taranto; el pintor suizo Louis Ducros viajó y retrató el territorio apuliano como también lo haría el alemán Philipp Hackert. “Delante de mí se erigía la pequeña capital de Basilicata, como un fuerte de defensa de los habitantes de esta garganta, y los rayos del sol inclinado hacían resplandecer de la manera más nítida los bordes de la montaña”, escribió Carl Wilhelm Schnars caminando por una de las regiones todavía hoy más desconocidas de Italia, Basilicata, de la cual el escritor inglés Edward Lear alabó su belleza.
Hay otros sures en Italia, sures que, sin embargo, todavía resultan bastante desconocidos para el extranjero, pues se escapan del famoso gran tour que recorría la península desde Milán a Roma, pasando por Venecia y Florencia, para luego detenerse en Nápoles y, algunas veces, alcanzar Sicilia. Nápoles y Sicilia encerraban regiones que pasaban desapercibidas, en gran medida porque eran consideradas tierras de bandoleros, tierras peligrosas para viajar a través de ellas. “Ir más allá de Salerno significaba forzar unas fronteras mucho más sólidas de los montes a cuyas faldas se desliza el río Alento”, explica Atanasio Mozzillo, especialista en literatura de viajes. Este desconocimiento secular, motivado en gran medida por todo un imaginario colectivo basado en prejuicios cuyo origen encontramos en el retraso económico y de infraestructuras de estas tres regiones, no puede entenderse por completo sin detenerse en una representación literaria no solo escasa en comparación con otras regiones y ciudades -pensemos, solamente, en la literatura en torno a ciudades como Roma, Venecia o Florencia-, sino también con una menor proyección internacional.
Explosión reciente
[–>
“La literatura de escritores en Apulia ha experimentado una explosión reciente”, comenta el escritor de Bari Nicola Lagioia, algunas de cuyas novelas, como La ferocidad, traducida recientemente al castellano, tienen su ciudad natal como principal escenario. “Tradicionalmente, durante casi todo el siglo XX, Apulia ha tenido poca representación de sí misma, no sólo con sus escritores, sino también con sus directores de cine, e incluso con sus cantantes. Domenico Modugno, el cantante más famoso de la Italia de posguerra, era de Polignano a Mare, provincia de Bari, pero se hizo pasar por siciliano porque en el imaginario italiano no estábamos acostumbrados a pensar en artistas de Apulia capaces de superar las fronteras regionales”, prosigue Lagioia, que forma parte de una nueva generación de escritores que no solo provienen de Apulia, sino que escriben sobre ella.
Este desconocimiento secular está motivado en gran medida por un imaginario colectivo basado en prejuicios cuyo origen está en el retraso económico y de infraestructuras de estas regiones
[–>
“Hablando de Apulia, me sentí un pionero, un descubridor de mi propia tierra, un poco como Walt Whitman en Hojas de hierba, que descubrió una tierra y una cultura y, al hacerlo, casi ejerció un poder fundador”, comenta Lagioia, haciendo así énfasis en una ausencia de referentes: no solo había pocos escritores en quien reflejarse, sino que había una ausencia de relato. Apulia, en efecto, era un territorio literariamente por descubrir.
El título Cristo se detuvo en Éboli, novela en la que Carlo Levi narra su destierro en Lucania, alude al lugar en el que la red ferroviaria llegaba a su fin: después de Éboli, el tren ya no circulaba, es decir, la región de Campania, cuya capital es Nápoles, trazaba una especie de frontera más allá de la cual en la península ya no había nada. Y esa nada eran Calabria, Apulia y Basilicata, eran esas tierras de supuestos bandoleros por las cuales ni tan siquiera pasaba el tren.
“Una pobre ciudad de trogloditas”, así definía Matera, capital de la Basilicata, Giovanni Pascoli. Las palabras del poeta son contestadas, tiempo después, por otro poeta, Rocco Scottellaro, “un maestro”, en palabras de Nicola Lagioia, y cuyos versos, sin traducción al castellano, son una constante reivindicación de la tierra y de quienes la trabajan, una tierra sobre la que también escribe el ensayista y narrador Raffaele Nigro, que en Viaggio in Calabria recorre, como los antiguos viajeros, el territorio de su infancia.
Hablando de Apulia, me sentí un pionero, un descubridor de mi propia tierra, un poco como Walt Whitman en ‘Hojas de hierba’, que descubrió una tierra y una cultura y, al hacerlo, casi ejerció un poder fundador
[–>
“Basílicata se compone de cosas por descubrir, hay que explorarla, ir a los pueblos donde hay cosas que te sorprenden, que no esperas encontrar”, afirmaba hace algunos años Mariolina Venezia, quizás la escritora de Basilicata más conocida, en parte gracias al personaje de Imma Tataranni, la fiscal de Matera protagonista de sus novelas policiacas adaptas recientemente para la televisión. Si bien las historias de Tataranni le permiten explorar la Matera de hoy en día, la verdadera reivindicación de su tierra y de ese sur poco representado la encontramos en su primera novela, Hace mil años que estoy aquí, donde narra la historia de una saga familiar, los Falcone, pero también de una ciudad y un territorio marcado por la pobreza, el hambre y por la lucha constante por y para la supervivencia.
Lucha por la igualdad
[–>
“‘El acero’, decía papá (…) Soñaba con ver la vía férrea entre Nápoles y Portici, que llamaban ‘ferrocarril’ y que, un día, juraba, llegaría hasta Reggio Calabria”. Este es el sueño del padre de Maria Oliverio, llamada Ciccilla, la bandida más temida de la primera mitad del XIX, una mujer que luchó por la justicia y la igualdad -entre hombres y mujeres, entre norte y sur-, una mujer cuya historia narró Giuseppe Catozzella en Italiana, una espléndida novela en la que, además de la historia de Ciccilla, narra la situación de miseria y abandono de Calabria, situación que hacía mirar hacia el norte, esperando que, antes o después, llegara el acero, el tren, las fábricas, el trabajo. Catozzella nos hace testigos de las desigualdades económicas y de infraestructuras entre el norte y el sur, así como del retraso en términos sociales de un sur más conservador y donde los nuevos modos de la sociedad burguesa todavía no han llegado.
Antonella Lattanzi, autora de ‘Las cosas que nunca se cuentan’, recogió en un volumen los cuentos populares de su región, Apulia, además, de llevarnos por la Bari de los primeros años 90
[–>
Lo cuenta Catozzella y lo cuenta también Francesca Giannone en La cartera a través del personaje de Anna, una mujer del norte que, tras casarse con Carlo, se instala en Lizzanello, el pequeño pueblo de Apulia de donde Carlo es originario y en el que ella se convierte en la primera cartera de la localidad ante la sorpresa y el escándalo de muchos. Porque, le dicen a Carlo, esto no es el norte y, en el sur, una mujer no trabaja; a pesar de las primeras reticencias de Carlo, que ve su autoridad y su capacidad de mantener a su familia cuestionadas, Anna sigue con su trabajo, ajena a las miradas y los comentarios. Giannone, sin embargo, no se detiene solamente en este contraste, sino que también describe la sorpresa de Anna ante un territorio completamente nuevo: “las flores rojas con forma de cáliz y la corola amarilla, las hojas puntiagudas de un verde intenso, el contraste encendido de colores, los troncos retorcidos… Le gustó todo”.
“El sur del sur de los santos”. Así definía Salento (Apulia) el actor y director Carmelo Bene, figura que Lagioia reinvidica junto a Andrea Pazienza como “el más grande revolucionario de los códigos narrativos del cómic italiano”. Dos figuras clave en la historia cultural de Italia, que no puede narrarse sin estos otros sures, todavía por reivindicar y aún por dar a conocer. En el próximo Festival de Literatura Italiana de Barcelona, que dará comienzo el 17 de octubre, participará Antonella Lattanzi, autora de la más que recomendable Las cosas que nunca se cuentan y que, proveniente de Bari, recogió en un volumen los cuentos populares de su región, Apulia, además, de llevarnos por la Bari de los primeros años 90, la ciudad que parece estar renaciendo y en la que, como símbolo de las contradicciones de este renacer, su teatro principal, el Petruzzelli se incendia. Una imagen que resume las contradicciones de la región –es un destino turístico cada vez más deseado y sede del ILVA, siendo Taranto la ciudad italiana con los más elevados índices de cáncer–, contradicciones que también narra Lagioia.
[–>
Unas contradicciones inherentes a todos esos relatos que buscan narrar estos otros sures más allá de los tópicos, desde una mirada que pretende mostrarlos en todas sus caras. Estamos ante una literatura por conocer, una literatura que rompa las fronteras regionales y se abra, entre otras cosas, a la traducción.
“Ninja del bacon. Avvocato di viaggio. Scrittore. Esperto di cultura pop incurabile. Fanatico di zombie malvagio. Studioso di caffè per tutta la vita. Specialista di alcol.”